viernes, 11 de diciembre de 2009

Eruviel Avila Niega Amparo a Migrantes Ilegales

11 de diciembre de 2009
Por: David Esquivel



Tultitlán. Méx., 11 de diciembre de 2009.- Atrás quedaron tres hijos y la esposa, hacia delante están las ilusiones que podrían acabar en tragedia. Aun cuando en un trayecto de casi dos mil 500 kilómetros los campos son verdes y los ríos generosos, ellos viajan como por un desierto poblado de depredadores, de los cuales no se puede saber cuál es más cruel: la migra, los policías, los Maras o las almas mezquinas que en ése verde desierto les niegan un oasis donde descansar, alimentarse para reponer fuerzas y continuar el largo andar de otros tres mil kilómetros desde el centro de México, Municipio de Tultitlán, hacia la tierra de las ilusiones y el dinero. Donde el hombre es el lobo del hombre
La escarcha de la noche cala hasta los huesos. Al amanecer las dolencias del cuerpo, el frío y el hambre en forma de temblores atrapan a Juan Contreras, originario de Honduras; sin embargo, se encuentra determinado a llegar a los USA donde, dice, habrá trabajo y dinero para ayudar a la familia.
Le habían dicho que en el Municipio de Ecatepec hallaría cobijo y sustento; un albergue para mojados o ilegales, el epíteto con que se les llame es lo de menos, finalmente son personas que la pobreza empuja hacia la aventura.
Cuando Juan Contreras llegó a San Pedro Xaloztoc, Ecatepec de Morelos, Estado de México, se encontró con muchos otros compañeros de infortunio que azorados veían una puerta cerrada. De sus mentes se borró el espejismo de un consomé caliente, un pedazo de pan francés (bolillo), una taza de café, un vaso de fresca agua, la posibilidad de darse un baño y, por fin, después de más de diez días de arduo camino, dormir abrigada y reparadoramente.
Una alma mezquina y perversa les había dado la estocada final de los primeros dos mil 500 kilómetros andados; Eruviel Ávila Villegas, había ordenado cerrar la casa del migrante; “porque no es competencia del municipio atender a indocumentados” habría dicho el alcalde de Ecatepec; pero otro funcionario más franco dio a entender que “ellos no votan, para que tener ésa casa, la convertiremos en albergue para personas del municipio, ellos si votan.”
La casa del migrante en Ecatepec no existe ya más, el dinero que ahí se gastaba puede usarse en la próxima campaña electoral.
Alrededor de las dos de la madrugada, al menos 80 indocumentados centroamericanos descienden del tren a la zona de vías en Tultitlán. De inmediato buscan un sitio donde protegerse del frío. Dicen haber entrado al país por Tapachula, Chiapas.
El puente vehicular de la avenida Independencia sirve de refugio, se ha convertido en refugio de migrantes que bajo la estructura vial se guarecen del frío invernal.
El cansancio vence a una mayoría que duerme. Otros prefieren estar alertas. El silencio es interrumpido por el pasar de los furgones. Un garrotero camina entre las vías; se abre paso en la oscuridad con una lámpara en mano.
“Me querían quitar mi dinero, por eso me golpearon”, dice angustiado José Fuentes Padilla, otro originario de Honduras. Quien fuera el depredador en turno es lo de menos. Asaltos, violaciones y abusos de todo tipo son una constante en contra de centroamericanos que ilegalmente se internan en el país. Su viaje es la aventura pura.
Cada día entre 80 y 150 centroamericanos ilegales llegan a la zona de vías férreas de Tultitlán, circundadas por las colonia: La Independencia, La Concha, La Piedad, Acocila y Remachadores. El 90 por ciento son hombres y el resto mujeres, todos ellos de entre 16 y 35 años de edad, “en edad de trabajar”.
Cuadros de alto grado de desnutrición, deshidrataciones, infecciones intestinales y bronquiales, son algunas afectaciones de salud de cientos de ilegales..
Al aire libre con camiseta y chamarra raída, tenis cuya suela está por desprenderse, un inmigrante se arrincona al pie de un arbusto. Por el cansancio o algún mal bronquial ronca. La falta de aseo personal lo hace oler a mugre y sudor. Al amanecer los huesos duelen de frío.
“Si me piden un taco, claro que se los doy”, dice María Elena Romero García, quien vive en el Barrio de la Concepción a unos metros de las vías férreas. Dice que por humanidad, lo que le hace falta a las almas mezquinas, ayuda a mujeres embarazadas, a quienes llegan golpeados, con hambre, temperatura, asaltados y sin dormir por varios días.
“¿A ellos quién les ayuda? Nadie”, insiste Romero García, “son nuestros hermanos y sólo van de paso por aquí y nunca hemos sabido que cometan asaltos”, agrega.
Sobre la calle de Ecatepec, Tultitlán, varios ilegales al amanecer caminan como atontados, mirada de angustia y labios resecos. Están adormecidos de todo el cuerpo y quizás del alma. Caminan por ésa calle Ecatepec porque algunos piensan que, a lo mejor, es ahí donde está la casa del migrante, donde antaño, por humanidad se les daba techo, cobija, aseo y sustento; aunque nunca fueran a votar.

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